The plot against America: acción vs. inacción

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The plot against America (David Simon y Ed Burns, HBO, 2020), adaptación de la novela homónima de Philiph Roth, narra una historia alternativa de los Estados Unidos a principios de los años cuarenta del siglo XX donde Charles Lindbergh gana las elecciones a presidente de EE.UU. Su mandato en esta serie se caracteriza por la abundancia de actitudes xenófobas que repudian al pueblo judío que habita la nación en la que gobierna. Durante los dos años en los que ostenta el poder, las acciones de su gobierno y de ciudadanos afines a él se cuentan a través de las voces de la clase obrera judía, especialmente las de la familia Levin. El patriarca de los Levin, Herman, y su sobrino Alvin representan la lucha del pueblo que se decanta entre la inacción y la acción ante el fascismo que está envenenando su país.

Herman Levin ama a su país. Se siente orgulloso de ser un ciudadano estadounidense y cree que el gobierno jamás apoyará la ideología fascista que está envenenando a Europa con el nazismo. La realidad que le rodea es distinta. En las elecciones presidenciales gana el candidato Lindbergh que, pese a no declararlo abiertamente, es afín al régimen de Hitler. Herman contempla cómo las ideas del nuevo líder están arraigadas en la sociedad de la que tan orgulloso se siente. Cada vez aparecen más personas que ven en el nuevo presidente a un ejemplo a seguir que fomenta la honradez, la preocupación por su pueblo y la neutralidad ante la Segunda Guerra Mundial. En lugar de enviar tropas a este conflicto bélico, confraterniza con dirigentes del Tercer Reich, lo cual crispa a personas como Herman que ven en su nuevo gobernante a un farsante que propaga el fascismo entre el pueblo.

El patriarca de los Levin participa en discusiones sobre el mal estado de la nación con sus amigos, familiares y conocidos. Habla con rabia de que su país no debe seguir por esa senda. Aguanta los intentos de provocación por parte de gente que no piensa como él a través de gestos simbólicos como dejar su trabajo de vendedor por uno cargando frutas en la empresa de su hermano para evitar que lo envíen a una ciudad del centro de Estados Unidos. No quiere huir de su hogar ni cuando el odio hacia los judíos es irrespirable y muchos emigran a Canadá en busca de un lugar donde no sean el centro de miradas xenófobas. Herman, convencido de que el mandato de Lindbergh es pasajero, sigue con sus rutinas.

Cuando asesinan a Walter Winchell, representante en los medios del discurso anti-Lindbergh, el patriarca de los Levin duda de si no tomar acciones contundentes contra el fascismo arraigado en su país es una mala decisión. Sus respuestas ante el aire opresor que se ha asentado en EE.UU. no han cambiado la realidad ni mejorado su situación familiar. Al contrario. Cada paso que él da para reivindicar su condición de ciudadano estadounidense en una nación que rechaza a los judíos le ha dado como resultado un trabajo peor, discusiones familiares y miedo ante la posibilidad de que se repita en su hogar lo que les ocurrió a sus coetáneos europeos que fueron perseguidos por los nazis. Hablar sin actuar lo convierte en ejemplo de la inacción ante una cotidianeidad alimentada por el odio y el rechazo hacia el diferente.

Su sobrino Alvin, en cambio, es un joven que se deja llevar por sus impulsos. Escucha en ocasiones a su tío cuando habla de política con los mayores, observa cómo el fascismo va arraigando en su vecindario y, al igual que Herman, le hierve la sangre cuando los nazis sustituyen los valores que tanto aprecia de su hogar. Ve como la tierra de las oportunidades es pisoteada por la xenofobia. Alvin no duda en tomar partido desde el principio. Le da una paliza a un grupo de chicos nazis, parte del hogar de su tío Herman para independizarse, se alista en el ejército canadiense para combatir nazis en Europa y pierde una pierna por ello.

Tiempo después regresa a EE.UU. En su hogar le merodean agentes secretos del gobierno que saben que combatió en la guerra en las filas canadienses a pesar de la política de inacción propuesta por Lindbergh. Él los enfrenta, niega sus acusaciones y, finalmente, es reclutado por un grupo secreto para localizar con un radar un aeroplano. Esa misma noche el avión en el viajaba el presidente de los Estados Unidos desaparece. Alvin, atemorizado ante lo que quizás ha hecho, no se hunde. Sigue hacia adelante con su vida. Aunque no haya tomado las mejores decisiones, él es consecuente con lo que hace. Tiene claro que para acabar con el fascismo hay que combatirlo. Desde el frente que sea. Precisamente esa determinación es la que, probablemente, le haga el candidato perfecto para interceptar el vuelo de Lindbergh unido a sus conocimientos sobre cómo funciona un radar. Alvin no ha ganado la lucha contra el fascismo. Sin embargo, ha actuado como mejor ha creído.

Alvin y Herman son las dos caras de la misma moneda. Acción e inacción. Actuar y hablar. Los dos se sienten amenazados por un sistema fascista que los rechaza por ser diferentes a cómo estipula la ideología predominante. Los dos reaccionan ante ese odio de forma distinta. Uno lo encara y el otro lo niega hasta que las evidencias son demasiadas para obviar la realidad. Elegir entre responder ante la opresión con palabras o con hechos depende de cada uno. El mejor camino para atajar ese problema sería reconocer la gravedad del problema y actuar en consecuencia. Negarlo no sirve. La solución puede pasar por quejarse constantemente, combatir violencia con violencia o por pensar en una actuación acorde con los principios de cada uno para sobrevivir ante un sistema corrupto. Aguantar, luchar o huir.

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